El destino viaja en bicicleta
- Johanna Pons
- 4 nov 2020
- 5 Min. de lectura
No estaba perdido. Sólo confundía los días de libertad en un cimbronazo de ruidos que alteraban su rutina. No quería escapar. Simplemente buscaba el lugar donde supiera que estaba la felicidad. Acompañado, quizá no, él sólo probaba circunstancias. Siempre hay algo detrás. Un corazón latiendo, regocijos en sus mejillas, hasta una pisca de su golosina preferida. Alguien con quien correr riesgos, hacer a este mundo ideal. Una utopía. ¿El despertar sería difícil para Juan? Un soñador nato. Repleto de ideas y pensamientos acordes a su edad. Trabajador, algo holgazán, pero siempre dejaba todo por la camiseta. El arranque complicaba las cosas, pero él no se daba por vencido. Machacaba y machacaba. Juan era cartero. Deambulaba por la ciudad en su bicicleta ya sulfatada por el paso del tiempo. Le daba pena cambiarla. Era su tesoro. Los perros le ladraban y salían a correr, cotidiano para su tarea. La encomienda debía ser entregada de todos modos. Su única responsabilidad. El plan de este joven entusiasta siempre fue vivir de los viajes. Para eso debía tomar experiencia. Sudar los días de alta temperatura, congelar sus manos en época invernal y mojar su piloto durante las lluvias. Perseverar moneda a moneda. A él no le molestaba transitar las calles. Era su pasión, a pesar que estaba mezclada con su labor. Todo indicaba que iba por buen camino. Un hombre correcto, que cumplía su horario de entrada y realizaba horas extras para ayudar a sus pares. Sin embargo, como todo hombre, tenía su debilidad. Esa chica que tanto deseaba a la hora del recreo o del taller de teatro, que daría su vida por abrazarla un instante. Su oasis en medio del desierto. Apenas unos meses separaban a Juan de Catalina. Su mejor amigo y sex symbol para las mujeres, Sebastián, no podía explicar lo que sucedía con Juan cuando la veía pasar. Dicen que un hombre enamorado es peor que un lobo para conseguir su presa: la persiguen hasta el agotamiento. En cambio Catalina, una chica simpática y extremadamente bella, optaba por esquivar las redes del cartero enamorado. No pretendía herir sus sentimientos, pero a la vez solía pensar en él. Ella era rockera, una guitarrista con un oído fortuito. Conseguía cual acorde sonara. La vida del músico es particular. Las giras complicaban el sedentarismo geográfico que pretende una relación amorosa. Cuando Juan inconcientemente optó por elegir a Catalina ya era tarde para cambiarla de parecer. Ella llevaba la música dentro suyo. Hasta en el más profundo recoveco de sus venas recorría rock. El piercing en su labio inferior y un usual pañuelo que separaban su cabellera rubia de la frente denotaban su estilo de vida. Esas diferencias de cotidianeidad no interferían en lo que él quería para su vida. Tenía muy en claro los obstáculos que debería vencer. Estaba dispuesto a conquistarla. Pero inesperadamente Camila, una de las tantas amantes de Sebastián e integrante de la banda de Cata, le comentó al galán que les esperaba una gira por Estados Unidos, España e Inglaterra y barajaban la opción de continuar en el viejo continente. Un día golpeaba las manos en casa de doña Esther, quien siempre lo atendía muy cálidamente. La señora recibía a diario cartas de su hijo desde Alemania. Casi a los 75 años, la vieja usanza permanecía intacta. La tecnología no había llegado a esta casa de alto y extensos pasillos. Para no perder la costumbre, a pedido de ella, su hijo Luis le mandaba estampillas distiguiendo cada ciudad europea que visitaba y así coleccionarlas. Esta vez fue el turno de Frankfurt, donde él estaba viviendo. Mucho tiempo ya había pasado desde que Juan visitaba a la anciana. Ella lo acogía porque le recordaba a su hijo de pequeño. Y como toda señora de edad lo malcriaba. A Juan no le parecía una mala idea, ya que él había perdido a sus abuelos de bebé. Pasaban horas de té, o vaso de leche según la estación, luego que Juan saliera de su trabajo. Y el caso Catalina estaba radicado. Esther se desesperaba por conocer a la mujer que tanto le quitaba el sueño a su nieto por adopción. Las nuevas letras de Luis eran desalentadoras para Esther, ya que su hijo estaba al borde de tomarse un avión para su regreso a Buenos Aires. Su trabajo decrecía y aumentaba la dificultad para alzarse del pozo. La misma decía: 'Mami querida, viejita: Te extraño cada día que pasa, como te lo digo siempre. No quiero preocuparte, ni mucho menos, pero no está fácil la situación acá. En la empresa están despidiendo a mucho compañeros y me temo que en las próximas horas me tocará el turno a mí de decir adiós. Europa ya no es lo que era antes. No quiero regresar con una mano atrás y otra adelante, por eso estoy hace un tiempo planeando abrir mi propia empresa de turismo. Nada sencillo, pero es una salida. Pronto te escribo de nuevo para contarte las noticias. Te amo y echo de menos. Luis.' Estaba claro el rumbo que Juan quería tomar. Su futuro estaba allá. Donde nada era color de rosas. Donde el entorno se complicaría el triple. Un momento de tomar coraje y avalanzarse. Era la oportunidad de Juan para cumplir su objetivo de viajar y trabajar como él lo deseaba. Al comentárselo a la pobre desahuciada por la noticia del hijo, la anciana no vio más remedio que apoyarlo en esta causa y comunicarlo de inmediato. Luis no dudo un instante en recibir al desconocido. Dos meses después al arreglar los papeles que requería la travesía, el ya excartero trasladó sus pertenencias hacia la casa de Luis, un perfecto extraño en ese momento y a la vez el hermano que nunca había tenido. La empresa comenzaba a caminar. Vendían paquetes accesibles para mochileros que iban a realizar una aventura gasolera. Juan estudiaba cada uno de los puntos turísticos de Frankfurt y los alrededores de Innenstadt. Hablaba perfecto inglés y algunas frases locales que había aprendido por su interés en la materia. Era sábado y la noche fría de enero ameritaba un trago que pusiera en marcha su senda pernoctera. Acababa el recorrido de la calle Rahmhof y al doblar a la izquierda, en Schiller precisamente, a pocos metros se ubicaba un pub que recibía a los foráneos 'Yours Australian Bar' con show exclusivo de bandas extranjeras. ¿Quién sabrá quién fue el culpable? De encontrarlos ahí. Cara a cara, nuevamente. Juan, sonrojado e inmóvil porque la escena lo ameritaba. Catalina, confundió un Do con un Si. La perfeccionista. La que nunca fallaba. El destino lo quiso así. Sus pasiones le dieron la oportunidad a un hombre que buscaba revancha en la vida. A veces sirve dejarse llevar, cuando hay un objetivo en la mirada. ¿Final feliz? Quizás ellos puedan contarlo.
Federico Alberto
@acafedealberto
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