EL MUNDO DE AARON
- Johanna Pons
- 17 may 2021
- 5 Min. de lectura

Varios fueron los mensajes intercambiados entre Aaron y Abril, y se sucedieron a lo largo de algunos meses: desde febrero hasta mayo con frecuencia; pero, luego de dar vueltas sin definir nunca el ansiado encuentro, la conversación se fue extinguiendo. Y a las tres A.M de una madrugada de principios de junio, estaba Aaron sentado frente a la I. V. con su señal abierta. Sus ojos enfocaron con una mirada más intensa algo nuevo que decoraba su panel: era un corazón de hielo, un estíquer muy descriptivo de algo que él sabía bien que había provocado. El gesto provenía de Abril. Abajo se leía la inscripción: “Así está mi ♥” El joven entendió en seguida. Hacía mucho que él no le escribía un mensaje; y, habiéndole dado ella el número de su móvil, él nunca le había escrito. Al preguntarle Abril si estaba comprometido con alguien –en referencia a su forma de actuar-, él había respondido con firmeza que no… Pero, como no podía dar una explicación creíble que justificara sus evasivas, cuando no su ausentismo desconsiderado, se le ocurrió la pésima idea de desoír los reproches sobre los que no podía dar explicaciones, o, en el caso de ser necesario, mentir con alevosía. “Preciosa, no me vas a creer, estuve toda la semana en cama tomando remedios…” y nombraba de tres a cinco medicamentos de venta libre. Un día, cansada, Abril le respondió: “A menos que no tengas una I. V. portátil, y, a menos que tengas que caminar cinco kilómetros de tu casa al Centro para hablarme, no pienso perdonarte…”, y no olvidó incorporar el infaltable y milenario “jajaja” que servía como cuota de disculpa hacia la incomodidad u ofensa que las frases, con su sentido muchas veces ambiguo, pudieran generar. Aaron otra vez se quedó sin responder, simplemente cerró la boca. Pero él no era de acá. Literalmente, Aaron era de otro mundo y no se trataba de un espécimen bueno. Era de musgo, como lo era todo en su luna. Él no sabía cómo terminar con el asunto y llevarse a Abril como prisionera. Desde hace una cincuentena de años, estos extraterrestres amusgados, habitantes de la luna nefasta de un planeta lejano, se proponen aumentar su población en un número mayor de lo que son capaces de reproducirse y vienen al Planeta Tierra a buscar a mujeres y hombres que reúnan sus requerimientos. El problema mayor lo tienen a la hora de mostrarse, por su apariencia: los amusgados no tienen la virtud de transformar su horrible cara en otra. Sus máscaras no sirven de mucho y lo que hay debajo de las mismas es de una materia que estremece a los humanos espirituales, que son los únicos que pueden notarlo: ¡su filamentosa piel de musgo oliendo como el pasto que se pudre! Por lo dicho, el individuo buscó y encontró un artilugio de camuflaje: esconderse tras una identidad falsa, tras la foto de un humano que, por supuesto, no era horriblemente verde como él –la verdad es que, aunque al principio no se parecían en absoluto, lamentablemente el tiempo los convertiría en inseparables-. Llegó un momento en que Aaron no sabía cómo hacer, no tenía salida: pues la única habría sido convertirse mágicamente en ese ser humano al que le robó la imagen; pero no tenía el poder para hacerlo. Y, muy a su pesar, Abril había resultado ser más inteligente de lo que él había imaginado. El dueño de la foto se llamaba Caínf: un hombre bello, rico, famoso, conocido en medio planeta: en Euro Mega, más específicamente, y no en América, donde Abril vivía. Unos días después, Aaron reaccionó; su silencio era pérdida segura e intentó sostener en vilo aquella incipiente relación virtual; dedicó unas palabras románticas a Abril y comprobó que ella lo seguía esperando, así que la conversación se volvió a silenciar. Todavía no se le ocurría nada bueno, si lo único bueno que tenía que suceder era la primera cita. Claro está: no sabía ni podía convertirse en Caínf. En cuanto a lo que a Abril concernía, él era único hombre que le gustaba y sufría la espera. Su imagen la había cautivado, sus palabras también. De hecho, pasadas las semanas, ella todavía seguía estando ahí, varios minutos al día frente a la I.V., por si él reaccionaba y volvía a comunicarse… Un mes atrás, Aaron no había escatimado en elogios hacia su belleza; y cuando le dijo que se sentía enamorado, calculó lo que esas palabras significarían en una chica grande, que a la vez había demostrado no estar dispuesta a perder el tiempo. Y entonces él especuló: ¡lo esperaría!… porque era muy seductor y ella… a ella la tenía, en cierto modo, atrapada. En realidad, también era mentira que Aaron estuviera solo; él tenía, por aquí y por allá, otras novias y no dejaba de tener sus encuentros con ellas. Luego se las llevaba con él a su luna verde, húmeda y maloliente. Ante Abril, Aaron se mostraba como un americano soltero, sin complicaciones ni compromisos en lo referente a mujeres, tal como él mismo había profesado; pero no era así, sabemos: Aaron mentía. Sus frases de amor tenían ese típico trasfondo de las palabras apócrifas: hipocresía. Él escribía desde su I. V. actuando como un galán de telenovela; ¡lo hacía a la perfección!, con una media sonrisa y los ojos entreabiertos. Creyendo en que verdaderamente el amor era ciego, practicaba la impunidad con palabras románticas y porfiadas… luego, solo, frente a la pantalla, se reía con ganas y malicia. Una vez, una de sus novias lo encontró riéndose y se le acercó, él cambió enseguida de pantalla con un casi inaudible chasquido y le dijo que los videos que estaba mirando eran geniales, para descostillarse de risa. Pasaron dos meses y el amusgado ya no fue capaz de mover los dedos para escribirle a Abril. Se entregó al silencio y a la preocupación. Elucubraba ideas que no era capaz de llevar a cabo, a la vez que pensaba: “Seguramente las sospechas que provoqué en ella empezaron a convertirse en verdades y a esta altura lo sabe todo. Seguramente Abril está confirmando que yo no soy alguien verdadero. ¡Esas fotos, como recortadas de revistas antiguas!, ¡qué tarado!, ¿cómo no fui capaz de fingir mejor?, ¿por qué no me di cuenta de que debía ser más inteligente?”. Aaron había elegido a Caínf por una extraña dualidad que había en este ser humano: el hombre sagaz que consigue el éxito en todo lo que se propone, versus el hombre cobarde cuyo éxito no le perteneció nunca. Caínf era los dos, es decir, dos personas en una. Los amusgados se nutren de los indecisos proclives a la cobardía. Finalmente, Aaron terminó por aceptar que su comportamiento ante Abril había pasado de ser un misterio a ser una estafa de poca importancia para ella, y que una mujer de su estilo no estaría dispuesta a seguir perdiendo el tiempo. Lo cierto es que la mujer se iba convirtiendo, para el oscuro sujeto, en un desafío muy difícil y por lo tanto muy tentador, y lamentaba no tener ante sí una opción diferente a la que se le presentaba: dejar al tiempo pasar
@cintiapons
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